EN ORACIÓN CON FRANCISCO DE ASÍS


por Tadeo Matura, OFM
La gloriosa Señora y los Santos
Se habrá notado que, en las oraciones de Francisco, María nunca figura sola. Unida a su Hijo, al Padre, al Espíritu, María permanece del lado de «la muchedumbre inmensa de los testigos» de los que es el centro, como se ve en este pasaje de la primera Regla:
Y a la gloriosa madre
y beatísima siempre Virgen María,
a los bienaventurados Miguel, Gabriel y Rafael
y a todos los coros de los bienaventurados
serafines, querubines, tronos, dominaciones,
principados, potestades, virtudes, ángeles, arcángeles;
a los bienaventurados Juan Bautista,
Juan Evangelista, Pedro, Pablo,
y a los bienaventurados patriarcas,
profetas, inocentes, apóstoles, evangelistas,
discípulos, mártires, confesores, vírgenes;
a los bienaventurados Elías y Enoc
y a todos los santos que fueron y serán, y son,
les suplicamos humildemente, por tu amor,
que, como te agrada,
por estas cosas te den gracias a ti,
sumo Dios verdadero, eterno y vivo,
con tu queridísimo Hijo nuestro Señor Jesucristo
y el Espíritu Santo Paráclito,
por los siglos de los siglos. Amén. ¡Aleluya! (1 R 23,6)
En este texto se invoca al «inmenso cortejo de todos los santos». Se le pide con insistencia, a causa de tu amor, que dé gracias al Padre, al Hijo y al Paráclito. Petición ciertamente rara. La constatación de la impotencia humana para cantar a Dios como conviene, impone este recurso a los testigos que ya han llegado a la vida verdadera y al pleno conocimiento. María preside esta gloriosa liturgia celeste: a su alrededor se colocan los espíritus celestes, tres de los cuales llevan nombres propios, Miguel, Gabriel, Rafael, y los otros son reagrupados en los «nueve coros» designados en la Escritura.
Entre los santos, el primero en ser nombrado es «el más grande de entre los hombres», Juan el Bautista, acompañado del amado Juan el evangelista que precede aquí a Pedro y Pablo, que habitualmente son mencionados en primer lugar. Francisco ha debido de acordarse de su nombre de bautismo que era Juan. Siguen, en el orden de las letanías de los santos, las diferentes categorías que recuerdan todas las formas de la santidad cristiana, uniendo, por esa especie de universalidad temporal, el pasado al futuro a través del presente: que fueron, y que serán y que son. Dos nombres poco habituales, Elías y Enoc, evocan a los santos de los últimos días: como no murieron (Gén 5,24), deben volver al fin de los tiempos, y, siendo testigos de la vida futura, son invocados por los agonizantes.
La contemplación del misterio de María en el plan de Dios nos ha permitido ver mejor cómo ella se sitúa en las dos vertientes: las profundidades trinitarias por una parte y la presencia en medio de las criaturas celestiales y de los hombres por la otra. Con ella, madre de Jesús (Hch 1,14), somos llamados a perseverar en la oración, que ha de ser ante todo bendición, alabanza y acción de gracias.

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