Fue la afirmación de Benedicto XVI en la homilía de la misa celebrada en la basílica vaticana el sábado 3 de noviembre en sufragio de los cardenal y obispos fallecidos durante el año. “Los lugares de la sepultura —constató— constituyen una especie de asamblea en la que los vivos se encuentran con sus difuntos y afianzan los vínculos de una comunión que la muerte no ha podido interrumpir”. En esta perspectiva el Pontífice dirigió el pensamiento a los purpurados y prelados difuntos, definiéndoles “amigos del Señor que, confiando en su promesa, en las dificultades y también en las persecuciones conservaron la alegría de la fe y ahora viven para siempre en la casa del Padre y gozan de la recompensa celestial”. El Papa subrayó en particular su “preciosa contribución a la época post-conciliar” y “el ejemplo de diligente vigilancia, de prudente y celante dedicación al Reino de Dios”.
4 de noviembre de 2012
Una «fiesta sin fin» que se vive en comunión «entre
el cielo y la tierra».
Es el sentido de la solemnidad litúrgica de Todos los santos, como lo sintentizó Benedicto XVI en los dos significativos momentos que han caracterizado este año la celebración. En la tarde del miércoles 31 de octubre, el Papa presidió la celebración de las vísperas en la Capilla Sixtina para recordar el quinto centenario de la inauguración del fresco de Miguel Ángel que embellece la bóveda. Y el día
siguiente, jueves 1 de noviembre, a mediodía, guió el acostumbrado encuentro de oración con los fieles que acudieron a la plaza de San Pedro para el rezo del Ángelus en la fiesta.

En el esplendor de la Capilla magna del Palacio apostólico vaticano, Benedicto XVI tomó la imagen de una Iglesia en camino hacia la Jerusalén celeste, de la que se habla en la Carta a los Hebreos, donde junto «a miríadas de Ángeles» y en la «reunión festiva» que tiene «por centro a Dios» se realizan para los cristianos «las promesas de la Antigua Alianza». Una «dinámica de promesa y cumplimiento» representada en la Sixtina, señaló el Pontífice, «en los frescos de las largas paredes» que encuentran luego la síntesis en el juicio final de Miguel Ángel, representación maravillosa de la gran victoria del Dios creador, de su poder, de su relación directa con el hombre. Y precisamente «en ese encuentro entre el dedo de Dios y el del hombre percibimos el contacto entre el cielo y la tierra», concluyó el Papa.
En este tocarse de cielo y tierra se expresa toda la plenitud de la vida del hombre en Dios. Benedicto XVI lo explicó a los fieles en la plaza de San Pedro en el Ángelus de Todos los santos, aquellos que «vivieron intensamente» la dinámica de la cual había hablado en las vísperas. Es «en la comunión de los santos» donde se realiza la unión de las dos dimensiones de una Iglesia que camina en el tiempo y que participa «en la fiesta sin fin» en la Jerusalén celestial. Y es esta una realidad «que comienza aquí abajo en la tierra –explicó también el Papa– y alcanza su cumplimiento en el cielo».
Ser cristianos, formar parte de la Iglesia «significa abrirse a esta comunión –subrayó el Pontífice– como una semilla que se abre en la tierra, muriendo, y germina hacia lo alto, hacia el cielo». Con esta fe llena de esperanza «veneramos a todos los santos», también a los que «sólo Dios conoce».
3 de noviembre de 2012
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