San Cirilo de Alejandría,Comentario sobre el libro del profeta Isaías (Lib. 4,4)
Está escrito: Mirad: la Virgen está encinta y dará a luz un hijo, y le pondrá por nombre Emmanuel. El ángel Gabriel, al revelar a la santa Virgen Madre de Dios el misterio, le dice: No temas, María, porque has encontrado gracia ante Dios. Concebirás en tu vientre y darás a luz un hijo y le pondrás por nombre Jesús. Él salvará a su pueblo de los pecados. ¿Se contradijeron aquí, acaso, el santo ángel y el profeta? En absoluto. Pues el profeta de Dios, hablando en espíritu del misterio, vaticinó al Dios-con-nosotros, dándole un nombre en sintonía con la naturaleza y la economía de la encarnación, mientras que el santo ángel le impuso un nombre de acuerdo con la misión y su eficacia propia: salvará a su pueblo. Por eso le llamó salvador.
Efectivamente: cuando por nosotros se sometió a esta generación según la carne, una multitud de ángeles anunció este fausto y feliz parto a los pastores, diciendo: No temáis, os traigo la buena noticia, la gran alegría para todo el pueblo: hoy en la ciudad de David, os ha nacido un salvador: el Mesías, el Señor. Es llamado Emmanuel porque se hizo por naturaleza Dios-con-nosotros, es decir, hombre; y Jesús, porque debía salvar al mundo, él, Dios mismo hecho hombre. Así que cuando salió del vientre de su madre -pues de ella nació según la carne-, entonces se pronunció su nombre. Sería inexacto llamar a Cristo el Dios Verbo antes de su nacimiento que tuvo lugar -repito- según la carne. ¿Cómo llamarle Cristo si todavía no había sido ungido?Cuando nació hombre del vientre de su madre, entonces recibió una denominación adecuada a su nacimiento en la carne. Dice que Dios hizo de su boca una espada afilada. También esto es verdad. Pues de él está escrito, o mejor, dice el mismo profeta Isaías: La justicia será cinturón de sus lomos, y la lealtad, cinturón de sus caderas. Herirá al violento con la vara de su boca. La predicación divina y celestial, es decir, evangélica, anunciada por Cristo, era una espada aguda y sobremanera penetrante, blandida contra la tiranía del diablo, que eliminaba a los poderes que dominan este mundo de tinieblas y a las fuerzas del mal. De hecho, disipó las tinieblas del error, irradió sobre los corazones de todos el verdadero conocimiento de Dios, indujo al orbe entero a una santa transformación de vida, convirtió a todos los hombres en entusiastas de las instituciones santas, destruyó y erradicó del mundo el pecado: justificando al impío por la fe, colmando del Espíritu Santo a quienes se acercan a él y haciéndoles hijos de Dios, comunicándoles un ánimo esforzado y valiente para la lucha, poniendo en sus manos la espada del espíritu, es decir, la palabra de Dios, para que, resistiendo a los que antes eran superiores a ellos, corran sin tropiezo a la consecución del premio al que Dios llama desde arriba.Que esta disciplina e iniciación a los divinos misterios aportada por Cristo haya derrocado en los habitantes de la tierra el poder tiránico del demonio, lo afirma claramente el profeta Isaías cuando dice: Aquel día, castigará el Señor con su espada, grande, templada, robusta, al Leviatán, serpiente tortuosa, y matará al Dragón.
JESÚS SERÁ NUESTRA PAZ
Benedicto XVI, Ángelus del 20 de diciembre de 2009
Benedicto XVI, Ángelus del 20 de diciembre de 2009
Queridos hermanos y hermanas:
Con el IV domingo de Adviento, la Navidad del Señor está ya ante nosotros. La liturgia, con las palabras del profeta Miqueas, invita a mirar a Belén, la pequeña ciudad de Judea testigo del gran acontecimiento: «Pero tú, Belén de Efratá, la más pequeña entre las aldeas de Judá, de ti saldrá el jefe de Israel. Su origen es desde lo antiguo, de tiempo inmemorial» (Mi 5,1). Mil años antes de Cristo, en Belén había nacido el gran rey David, al que las Escrituras concuerdan en presentar como antepasado del Mesías. El Evangelio de san Lucas narra que Jesús nació en Belén porque José, el esposo de María, siendo de la "casa de David", tuvo que dirigirse a esa aldea para el censo, y precisamente en esos días María dio a luz a Jesús (cf. Lc 2,1-7). En efecto, la misma profecía de Miqueas prosigue aludiendo precisamente a un nacimiento misterioso: «Dios los abandonará -dice- hasta el tiempo en que la madre dé a luz. Entonces el resto de sus hermanos volverá a los hijos de Israel» (Mi 5,2).
Así pues, hay un designio divino que comprende y explica los tiempos y los lugares de la venida del Hijo de Dios al mundo. Es un designio de paz, como anuncia también el profeta hablando del Mesías: «En pie pastoreará con la fuerza del Señor, por el nombre glorioso del Señor su Dios. Habitarán tranquilos porque se mostrará grande hasta los confines de la tierra. Él mismo será nuestra paz» (Mi 5,3-4).
Precisamente este último aspecto de la profecía, el de la paz mesiánica, nos lleva naturalmente a subrayar que Belén es también una ciudad-símbolo de la paz, en Tierra Santa y en el mundo entero. Por desgracia, en nuestros días, no se trata de una paz lograda y estable, sino una paz fatigosamente buscada y esperada. Dios, sin embargo, no se resigna nunca a este estado de cosas; por ello, también este año, en Belén y en todo el mundo, se renovará en la Iglesia el misterio de la Navidad, profecía de paz para cada hombre, que compromete a los cristianos a implicarse en las cerrazones, en los dramas, a menudo desconocidos y ocultos, y en los conflictos del contexto en el que viven, con los sentimientos de Jesús, para ser en todas partes instrumentos y mensajeros de paz, para llevar amor donde hay odio, perdón donde hay ofensa, alegría donde hay tristeza y verdad donde hay error, según las bellas expresiones de una conocida oración franciscana.
Hoy, como en tiempos de Jesús, la Navidad no es un cuento para niños, sino la respuesta de Dios al drama de la humanidad que busca la paz verdadera. «Él mismo será nuestra paz», dice el profeta refiriéndose al Mesías. A nosotros nos toca abrir de par en par las puertas para acogerlo. Aprendamos de María y José: pongámonos con fe al servicio del designio de Dios. Aunque no lo comprendamos plenamente, confiemos en su sabiduría y bondad. Busquemos ante todo el reino de Dios, y la Providencia nos ayudará.
[Después del Ángelus] La Virgen santísima, llevando en su seno y en su corazón al Hijo de Dios, fue causa de alegría para su pariente Isabel. Os invito a que, acogiendo en vuestro interior la divina Palabra, dando un testimonio fiel y convencido de la fe y prodigándoos en obras de caridad, seáis también para los demás testigos y mensajeros de Cristo Jesús, fuente de gozo y esperanza para el mundo. Os animo igualmente, estando ya próximas las fiestas de la Navidad, a prepararos con fervor a la celebración del nacimiento del Verbo, hecho carne en las purísimas entrañas de María.
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