POBREZA EVANGÉLICA, AMOR FRATERNO Y PAZ UNIVERSAL


S. S. Juan Pablo II
Mensaje de Navidad (25-XII-86)
[En la mañana del día de Navidad de 1986, desde el balcón central de la basílica de San Pedro, el papa Juan Pablo II dirigió «Urbi et Orbi», a la Urbe y al Orbe, es decir, a Roma, a la Iglesia y al mundo, el siguiente Mensaje navideño, eco armonioso de lo que había sido la Jornada mundial de oración por la paz, celebrada en Asís el 27 de octubre del mismo año.]1. «¡Qué hermosos son sobre los montes los pies del mensajero que anuncia la paz..., que dice a Sión: Ya reina tu Dios!» (Is 52,7).Sí, Sión, tu Dios reina. Tu Dios admirable, he aquí que yace en el pesebre destinado a los animales. ¡Y así comienza a reinar tu Dios, oh Sión!
Tu Dios incomprensible: «Porque no son mis pensamientos vuestros pensamientos, ni mis caminos son vuestros caminos» (cf. Is 55,8).
Ha comenzado a reinar, pues, bajo el signo de la máxima pobreza: «Siendo rico, por vosotros se hizo pobre a fin de que os enriquecierais con su pobreza» (cf. 2 Cor 8,9).
2. Qué hermosos son los pies de aquel mensajero de alegres noticias cuyo nombre es Francisco, el Pobrecillo de Asís, de Greccio y de la Verna. Francisco, amante de todas las criaturas; Francisco, conquistado por el amor del Niño divino, nacido en la noche de Belén; Francisco, en cuyo corazón Cristo comenzó a reinar para que, también por medio de la pobreza del discípulo, nosotros comprendiéramos mejor la pobreza del Maestro y fuéramos inducidos hacia pensamientos de amor y de paz.
Gloria a Dios en las alturas y paz en la tierra a los hombres de buena voluntad -paz a los hombres que Él ama- (cf. Lc 2,14). Gloria a Dios...
3. El Obispo de Roma, el día de Navidad, da las gracias, una vez más, a cuantos han escuchado el mensaje de Francisco, amante del Creador y de todas las criaturas; el mensaje de Francisco, heraldo de la gloria de aquel Dios que «en las alturas» es Amor; el mensaje de Francisco, promotor de la paz en la tierra.
El Obispo de Roma da las gracias a todos los que vinieron a Asís, de buena gana, para estar juntos, para recogerse y meditar ante el «último e inefable misterio que envuelve nuestra existencia, del cual procedemos y hacia el cual nos dirigimos» (Nostra aetate, 1), y vinieron a rezar también por la paz en la tierra.
4. El Obispo de Roma da las gracias, una vez más, a todos: a los hermanos de las Iglesias cristianas y de las Comunidades eclesiales, así como a los hermanos de las Religiones no cristianas. Da las gracias a todos y a cada uno por aquella Jornada singular en la que hemos decidido, frente a todas las potencias de la tierra que devoran en armamentos riquezas incalculables, disipan recursos preciosos en cosas superfluas y hacen temer destrucciones apocalípticas, frente a todas esas potencias amenazadoras, hemos decidido ser pobres: pobres como Cristo, Hijo de Dios y Salvador del mundo, pobres como Francisco, elocuente imagen de Cristo, pobres como tantas almas grandes que han iluminado el camino de la humanidad.
Lo hemos decidido teniendo a nuestra disposición sólo este medio, el de la pobreza, y únicamente este poder, el poder de la debilidad: sólo la oración y solamente el ayuno.
5. ¿Acaso no es menester que el mundo escuche esta voz? ¿No es necesario que escuche el testimonio de la noche de Belén? ¿Que escuche a Dios nacido en la pobreza? ¿Que escuche a Francisco, heraldo de las ocho bienaventuranzas? ¿No es preciso que calle el estrépito del odio y el estruendo de las detonaciones mortíferas en tantos lugares de la tierra? ¿No es menester que Dios pueda escuchar finalmente la voz de nuestro silencio? ¿Y que, a través del silencio, llegue a Él la oración y el grito de todos los hombres de buena voluntad? ¿El grito de tantos corazones atormentados, así como la voz de tantos millones de seres humanos que no tienen voz?
6. Escuchad y comprended todos: Dios que abraza todas las cosas, Dios en el que «vivimos, nos movemos y existimos» (Hch 17,28), ha elegido la tierra como morada suya; ha nacido en Belén; ha hecho de los corazones humanos el espacio de su Reino.
¿Podemos ignorar o deformar todo esto? ¿Es lícito destruir la morada de Dios entre los hombres? ¿No es menester, por el contrario, cambiar de raíz los planes del dominio humano en la tierra?
7. Hermanos y hermanas de todos los lugares de la tierra: Si Dios nos ha amado tanto que se ha hecho hombre por nosotros, ¿no podremos nosotros amarnos mutuamente, hasta compartir con los demás lo que se ha otorgado a cada uno para el gozo de todos? Únicamente el amor que se convierte en don puede transformar la faz de nuestro planeta, dirigiendo las mentes y los corazones hacia pensamientos de fraternidad y de paz.
Hombres y mujeres del mundo: Cristo nos pide que nos amemos unos a otros. Éste es el mensaje de Navidad, éste es el deseo que dirijo a todos desde lo más profundo de mi corazón.

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