EL MISTERIO DE LA ENCARNACIÓN
De los escritos de la beata Ángela de Foligno
Dios mío, hazme digna de conocer el altísimo misterio que emana de tu refulgente e inefable amor, del amor de las tres personas de la Trinidad, y el misterio de tu santa encarnación, principio de nuestra salvación.
La encarnación tiene en nosotros dos vertientes: nos colma de amor y nos asegura la certeza de nuestra salvación eterna.
¡Oh amor que supera toda sabiduría! iOh amor supremo! El amor mayor, pues mi Dios se hace hombre y a mí me hace Dios. ¡Oh amor entrañable: te has rebajado, pero no has perdido nada de tu divinidad! El abismo de tu encarnación me obliga a pronunciar estas palabras apasionadas: tú, el incomprensible, hecho comprensión; tú, increado, hecho criatura; tú, inconcebible, hallado concebible; tú, espíritu impalpable, palpado por las manos de los hombres.
Dios mío, hazme digna de penetrar en el misterio insondable del amor manifestado y compartido con los hombres en tu encarnación.
Dios increado, hazme digna de conocer el fondo de tu amor y de comprender tu inefable caridad, por la que tú nos has dado a tu Hijo Jesucristo, y por la que tu Hijo te ha revelado a nosotros como Padre. Hazme digna de conocer y comprender tu inefable amor hacia nosotros; hazme capaz de penetrar en tu inestimable y ardiente caridad, unida al amor profundo con el que siempre has distinguido al género humano para gozar de tu visión.
¡Oh Ser supremo, hazme digna de comprender el valor del don que supera toda otra dádiva y por el que los ángeles y los santos encuentran en el cielo su plena felicidad al verte, contemplarte y amarte! ¡Oh don sobre toda dádiva, tú eres el Amor! ¡Oh Bien sumo, te has dignado manifestarte como Amor y nos capacitas para amar este Amor!
Cuantos lleguen a tu presencia recibirán la recompensa proporcionada al amor. Y sólo el amor verdadero es capaz de elevar hasta la quietud del éxtasis a las almas contemplativas.


FRANCISCO Y CLARA DE ASÍS
CONTEMPLAN EL MISTERIO DE MARÍA

por Michel Hubaut, o.f.m.
La fecundidad de María es una realidad espiritual permanente. Su intimidad, única, con Dios, la convierte en mediadora privilegiada, en fuente de gracia actual. En ella «estuvo y está toda la plenitud de la gracia», escribe Francisco (SalVM 3).
¿Fue una casualidad que él y Clara vivieran el principio de su aventura humana y espiritual a la sombra materna de esta madre de misericordia en Santa María de los Ángeles o de la Porciúncula? De hecho, junto a ella acogió Francisco y dio a luz el Evangelio. Junto a ella recibió también su misión apostólica. Tras haber reparado dos iglesias en ruinas, llegó al lugar llamado «Porciúncula» o Santa María de los Ángeles, «una antigua iglesia construida en honor de la beatísima Virgen María, que entonces se hallaba abandonada, sin que nadie se hiciera cargo de la misma. Al verla el varón de Dios en semejante situación, movido por la ferviente devoción que sentía hacia la Señora del mundo, comenzó a morar de continuo en aquel lugar con intención de emprender su reparación...» (LM 2,8). «Mientras moraba en la iglesia de la Virgen, madre de Dios, su siervo Francisco insistía, con continuos gemidos ante aquella que engendró al Verbo lleno de gracia y de verdad, en que se dignara ser su abogada, y al fin logró -por los méritos de la madre de misericordia- concebir y dar a luz el espíritu de la verdad evangélica» (LM 3,1). «Amó el varón santo dicho lugar con preferencia a todos los demás del mundo -escribe su biógrafo-, pues aquí comenzó humildemente, aquí progresó en la virtud, aquí terminó felizmente el curso de su vida; en fin, este lugar lo encomendó encarecidamente a sus hermanos a la hora de su muerte, como una mansión muy querida de la Virgen».
También fue en este santuario donde Francisco y sus hermanos recibieron a Clara, cuando ésta abandonó la casa paterna. Allí se despojó Clara de todas sus joyas y consagró su vida a Cristo. «De este modo -comenta su biógrafo- quedaba bien de manifiesto que era la Madre de la misericordia la que en su morada daba a luz ambas Órdenes» (LCl 8). Esta iglesia de Santa María de los Ángeles es, pues, la cuna de toda la familia franciscana.
Por eso, María será siempre para Francisco y para Clara un camino privilegiado, una mediación materna que conduce a su Hijo. Aunque fuertemente unidos a Cristo como único Salvador, jamás dudarán en recurrir a la intercesión de esta madre de bondad. «Ruega por nosotros... ante tu santísimo Hijo amado, Señor y maestro», repetían varias veces al día.

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