LA CONTEMPLACIÓN ES HALLAR EL AFECTO Y SENTIMIENTO QUE SE BUSCA Y DISFRUTARLOS EN SILENCIO

San Pedro de Alcántara, Tratado de la oración (Aviso 8)
Procuremos juntar la meditación con la contemplación, haciendo de la una escalón para subir a la otra; porque la meditación es considerar con estudio y atención las cosas divinas, discurriendo de unas en otras, para mover nuestro corazón a algún afecto y sentimiento de ellas; y la contemplación es haber hallado el afecto y sentimiento que se buscaba, y estar con reposo y silencio gozando de él, con una simple vista de la verdad. Por lo que dice un santo doctor que la meditación discurre con trabajo y con fruto; la contemplación, sin trabajo y con fruto; la una busca, la otra halla; la una rumia el manjar, la otra lo gusta; la una d
iscurre y hace consideraciones, la otra se contenta con una simple vista de las cosas, porque tiene ya el amor y gusto de ellas; finalmente, la una es como medio, la otra como fin; la una como camino y movimiento, y la otra como término de este camino y movimiento.
De aquí se infiere una cosa muy común: que, así como alcanzado el fin, cesan los medios, tomando el puerto cesa la navegación, así cuando el hombre, mediante el trabajo de la meditación, llegare al reposo y gusto de la contemplación, debe por entonces cesar de aquella piadosa y trabajosa inquisición, y gozar de aquel afecto que se le da, ora sea de amor, ora de admiración o de alegría o cosa semejante. Por eso aconseja un doctor que, así como el hombre se siente inflamar por el amor de Dios, debe luego dejar todos estos discursos y pensamientos, por muy altos que parezcan, no porque sean malos, sino porque entonces son impeditivos de otro bien mayor, que no es otra cosa más que cesar el movimiento llegado el término y dejar la meditación por amor de la contemplación. Lo cual se puede hacer al fin de todo el ejercicio, que es después de la petición del amor de Dios, pues, como dice el Sabio, «más vale el fin de la oración que el principio».
Aquiete, pues, la memoria y fíjela en nuestro Señor, considerando que está en su presencia, no especulando entonces cosas particulares de Dios. Conténtese con el conocimiento que de él tiene por la fe y aplique la voluntad y el amor, pues en él está el fruto de toda la meditación. Enciérrese dentro de sí mismo en el centro de su ánima donde está la imagen de Dios, y allí se esté atento a él, como quien escucha al que habla de alguna torre alta, o como que le tuviese dentro de su corazón, y como que en todo lo criado no hubiese otra cosa sino sola ella o sólo él. Y aun de sí misma y de lo que hace se ha de olvidar, porque, como decía uno de los Padres, «aquélla es perfecta oración, donde el que está orando no se acuerda que está orando».
Y no sólo al fin del ejercicio, sino también al medio y en cualquier otra parte que nos tomare este sueño espiritual, debemos hacer esta pausa, y gozar de este beneficio, y volver luego a nuestro trabajo, acabado de digerir y gustar aquel bocado. Mas lo que entonces el ánima siente, lo que goza la luz, y la hartura, y la caridad y paz que recibe, no se puede explicar con palabras, pues aquí está la paz que excede todo sentido y la felicidad que en esta vida se puede alcanzar.
Algunos hay tan tomados del amor de Dios, que, apenas han comenzado a pensar en él, cuando luego la memoria de su dulce nombre les derrite las entrañas: otros, que no sólo en el ejercicio de la oración, sino fuera de él, andan tan absortos y tan empapados en Dios, que de todas las cosas y de sí mismos se olvidan por él: cuando esto el ánima sintiere, o en cualquier parte de la oración que lo sienta, de ninguna manera lo debe desechar, porque, como dice san Agustín, «se ha de dejar la oración vocal cuando alguna vez fuese impedimento de la devoción, y así también se debe dejar la meditación cuando fuese impedimento de la contemplación».

No hay comentarios:

Publicar un comentario