SAN FRANCISCO, UN HOMBRE COMUNIÓN


por Sebastián López, OFM
LA PAZ CON DIOS, CON LOS HOMBRES Y CON TODO LO CREADO
Un buen día Francisco se desnudó de todo lo que pudiera atarlo a la tierra y se acogió a la Paternidad de Dios. Y desde entonces la vida fue sellando una alianza que una frase -«el amor de Dios»- o un nombre -Jesús- bastaban para delatar. La tradición bíblico-cristiana le prestó un término para expresarla: «No quisiera ser sino su siervo» (2 Cel 159). Por eso la paz con Dios, su reconciliación con La como respuesta a la gracia que lo llamó a la penitencia, la llamó Franciscopobreza, dar a Dios lo suyo. Devolverle lo que de Él había recibido en préstamo. Esta fue su manera de ser justo, de ser honesto con Dios. Además, y esta era su más delicada fidelidad de amigo, el respeto, el dejar hacer a Dios «que dice y hace todo bien».
«Según Dios», «según la gracia que el Señor les diere», «con la bendición de Dios», etc., son expresiones que, además de otros datos, ponen al descubierto lo cerradamente que Francisco estaba de parte de Dios, su incondicional actitud de servicio. Descubren su radical pobreza y su lanzada y ardorosa fe a quien la pobreza abría el paso. Pobre para Dios, sólo espacio para su paz, porque la fe le había desvelado su misterio: «¡Dios mío y todas las cosas!». O también: «¡Oh cuán glorioso y santo y grande, tener un Padre en los cielos! ¡Oh cuán santo, consolador, bello y admirable, tener un Esposo! ¡Oh cuán santo y cuán amado, placentero, humilde, pacífico, dulce, amable y sobre todas las cosas deseable, tener un tal Hermano y un tal Hijo, que dio su vida por sus ovejas!» (2CtaF 54-56).
Y a esa luz se había descubierto pecador, ausente y lejano de Dios, única forma de buscar su abrazo y cercanía, la reconciliación. Y su vida fue empezar siempre de nuevo a servir a Dios. Y de cara a Dios se había encontrado a sí mismo: «Porque cuanto es el hombre delante de Dios, tanto es y no más» (Adm 19).
Francisco supo ser gozosamente el hermano de todos y de todo. Hay una larga lista en sus Escritos y en sus biógrafos de personas y cosas etiquetadas expresamente con el nombre de hermano ohermana. Hermandad que Francisco sabía que sólo era posible desde la comunicación por el Padre de su propia generosidad, el Hijo amado que a todos nos hermanó en su Encarnación y el Espíritu que nos hace hijos del Padre y hermanos de Jesucristo. Es decir, que el amor, al igual que los hermanos, es don y gracia constante. Espirituales, llamará él a los hermanos que siguen la forma de vida según el Evangelio, señalando el origen y el cómo de los mismos. Pero lo importante es que él abrió velas al soplo del Espíritu y se hizo a la mar ancha y universal, convocando a los hombres y a las cosas, a la enfermedad y a la muerte, a la fraternidad y a la comunión. Francisco es desde todo su ser, para todos y para siempre, total y agotadoramente, el hermano Francisco. No insistimos por ser tema de sobra conocido.
Pero sí quisiéramos notar que desde aquí, desde esta opción suya por la paz con Dios y con todo lo creado, le brotaron impetuosas, ardientes, radicales tantas actitudes, primeras y fundamentales, de su forma de vida evangélica.
Por ejemplo, la pobreza. En Francisco todo es muy unitario y por lo mismo muy total. La pobreza está en toda actitud suya y la encontramos justificada desde muchos puntos de vista. Uno de ellos, el amor, la paz, la fraternidad. Ya en los primeros días de la joven Fraternidad dirá al obispo de Asís que ponía reparos a su pobreza absoluta de bienes: «Señor, si tuviéramos posesiones, necesitaríamos armas para defendernos. Y de ahí nacen las disputas y los pleitos, que suelen impedir de múltiples formas el amor de Dios y del prójimo; por eso no queremos tener cosa alguna temporal en este mundo» (TC 35). Pero es que ya antes la pobreza había sido despojo para los demás. Y así sería siempre. El amor, el darse, los hacía pobres. Y la pobreza los hacía acogedores, espacios libres para amar, para servirse unos a otros y servir a los demás.
Y la obediencia también. Porque al estar al servicio unos de otros, nos hacemos obedientes. De ahí que, en profundidad, no se da en la Fraternidad de Francisco la jerarquía. No hay más cargo y autoridad que el mayor servicio. A ejemplo del Maestro, lavar los pies.
Y por último, sin que estén todas, la paciencia. No hay fraternidad ni reconciliación que dure sin ella. Y sin embargo, no es virtud o actitud evangélica que se haya subrayado en Francisco, aunque él la subraye y destaque frecuentemente. Se lo enseñó el Evangelio: el camino hacia los brazos reconciliadores de la cruz, pasa por la paciencia. Por eso, también para él no hay otra paz sino la que arranque de la paciencia, la que ella sostenga. Y la paciencia le hizo victoriosamente manso y humilde, reconciliador. Ella le enseñó a contar más con Dios, con su revelación, que con su prisa y ardor. Por ella acertó a ser tenaz y, sobre todo, a ser alegre.
[Cf. Selecciones de Franciscanismo, n. 11 (1975) 154-166]

No hay comentarios:

Publicar un comentario