Queridos hermanos y hermanas:
En el domingo que sigue al Nacimiento del
Señor, celebramos con alegría a la Sagrada Familia de Nazaret. El
contexto es el más adecuado, porque la Navidad es por excelencia la
fiesta de la familia. Lo demuestran numerosas tradiciones y costumbres
sociales, especialmente la de reunirse todos, precisamente en familia, para las
comidas festivas y para intercambiarse felicitaciones y regalos. Y
¡cómo no notar que en estas circunstancias, el malestar y el dolor
causados por ciertas heridas familiares se amplifican!
Jesús quiso nacer y crecer en una
familia humana; tuvo a la Virgen María como madre; y san José le
hizo de padre. Ellos lo criaron y educaron con inmenso amor. La familia de
Jesús merece de verdad el título de "santa", porque su
mayor anhelo era cumplir la voluntad de Dios, encarnada en la adorable
presencia de Jesús.
Por una parte, es una familia como todas
las demás y, en cuanto tal, es modelo de amor conyugal, de
colaboración, de sacrificio, de ponerse en manos de la divina
Providencia, de laboriosidad y de solidaridad; es decir, de todos los valores
que la familia conserva y promueve, contribuyendo de modo primario a formar el
entramado de toda sociedad.
Sin embargo, al mismo tiempo, la Familia de
Nazaret es única, diversa de todas las demás, por su singular
vocación vinculada a la misión del Hijo de Dios. Precisamente con
esta unicidad señala a toda familia, y en primer lugar a las familias
cristianas, el horizonte de Dios, el primado dulce y exigente de su voluntad y
la perspectiva del cielo al que estamos destinados. Por todo esto hoy damos
gracias a Dios, pero también a la Virgen María y a san
José, que con tanta fe y disponibilidad cooperaron al plan de
salvación del Señor.
Para expresar la belleza y el valor de la
familia, hoy se han dado cita en Madrid miles de personas. A ellas quiero
dirigirme ahora en lengua española.
Dirijo ahora un cordial saludo a los
participantes que se encuentran reunidos en Madrid en esta entrañable
fiesta para orar por la familia y comprometerse a trabajar en favor de ella con
fortaleza y esperanza. La familia es ciertamente una gracia de Dios, que deja
traslucir lo que él mismo es: Amor. Un amor enteramente gratuito, que
sustenta la fidelidad sin límites, aun en los momentos de dificultad o
abatimiento. Estas cualidades se encarnan de manera eminente en la Sagrada
Familia, en la que Jesús vino al mundo y fue creciendo y
llenándose de sabiduría, con los cuidados primorosos de
María y la tutela fiel de san José.
Queridas familias, no dejéis que el
amor, la apertura a la vida y los lazos incomparables que unen vuestro hogar se
desvirtúen. Pedídselo constantemente al Señor, orad
juntos, para que vuestros propósitos sean iluminados por la fe y
ensalzados por la gracia divina en el camino hacia la santidad. De este modo,
con el gozo de vuestro compartir todo en el amor, daréis al mundo un
hermoso testimonio de lo importante que es la familia para el ser humano y la
sociedad. El Papa está a vuestro lado, pidiendo especialmente al
Señor por quienes en cada familia tienen mayor necesidad de salud,
trabajo, consuelo y compañía. En esta oración del
Ángelus, os encomiendo a todos a nuestra Madre del cielo, la
Santísima Virgen María.
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