Pensamiento
bíblico:
En aquel tiempo, lleno de la alegría
del Espíritu Santo, exclamó Jesús: -Te doy gracias, Padre,
Señor del cielo y de la tierra, porque has escondido estas cosas a los
sabios y a los entendidos, y se las has revelado a la gente sencilla (Lc
10,21).
Ha llegado, amadísimos hermanos,
aquel tiempo tan importante y solemne, que, como dice el Espíritu Santo,
es tiempo favorable, día de la salvación, de la paz y de la
reconciliación; el tiempo que tan ardientemente desearon los patriarcas
y profetas y que fue objeto de tantos suspiros y anhelos; el tiempo que
Simeón vio lleno de alegría, que la Iglesia celebra solemnemente
y que también nosotros debemos vivir en todo momento con fervor,
alabando y dando gracias al Padre eterno por la misericordia que en este
misterio nos ha manifestado. El Padre, por su inmenso amor hacia nosotros,
pecadores, nos envió a su Hijo único, para librarnos de la
tiranía y del poder del demonio, invitarnos al cielo e introducirnos en
lo más profundo de los misterios de su reino, manifestarnos la verdad,
enseñarnos la honestidad de costumbres, comunicarnos el germen de las
virtudes, enriquecernos con los tesoros de su gracia y hacernos sus hijos
adoptivos y herederos de la vida eterna.
La Iglesia celebra cada año el
misterio de este amor tan grande hacia nosotros, exhortándonos a tenerlo
siempre presente. A la vez nos enseña que la venida de Cristo no
sólo aprovechó a los que vivían en el tiempo del Salvador,
sino que su eficacia continúa, y aún hoy se nos comunica si
queremos recibir, mediante la fe y los sacramentos, la gracia que él nos
prometió, y si ordenamos nuestra conducta conforme a sus
mandamientos.
La Iglesia desea vivamente hacernos
comprender que así como Cristo vino una vez al mundo en la carne, de la
misma manera está dispuesto a volver en cualquier momento, para habitar
espiritualmente en nuestra alma con la abundancia de sus gracias, si nosotros,
por nuestra parte, quitamos todo obstáculo.
Por eso, durante este tiempo, la Iglesia,
como madre amantísima y celosísima de nuestra salvación,
nos enseña, a través de himnos, cánticos y otras palabras
del Espíritu Santo y de diversos ritos, a recibir convenientemente y con
un corazón agradecido este beneficio tan grande, a enriquecernos con su
fruto y a preparar nuestra alma para la venida de nuestro Señor
Jesucristo con tanta solicitud como si hubiera él de venir nuevamente al
mundo. No de otra manera nos lo enseñaron con sus palabras y ejemplos
los patriarcas del antiguo Testamento para que en ello los
imitáramos.
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